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Cuando los muros hablan…

El próximo martes, 17 de mayo, se celebrarán elecciones sindicales en mi antigua empresa.

Mi antigua empresa ya no se llama igual, porque un año después de mi despido improcedente el mismo 6 de agosto, pero justo un año después, se vendía. Al mejor postor, supongo.
Corrían rumores, ya entonces, de que algo así se estaba viendo llegar, a juzgar por ciertas políticas que se venían ejecutando, sin mucho sentido aparente.
Rodaban cabezas.

En plena pandemia, mientras unos nos veíamos obligados a arriesgar nuestra salud, como si fuéramos perso- nal esencial, otros gozaban de ciertos privilegios… No dejaba de ser curioso que, en las demandas por una Categoría superior, se declarase en los juzgados, sin despeinarse el flequillo, que solo leíamos un argumentario… Y que, pocos meses después, pasásemos a ser señalados como personal esencial, e incluso se nos exigiese un «certificado de penales», para poder seguir trabajando desde casa. Trabajando cada vez más.

De aquellos días, conservo un recuerdo de incredulidad, mis ganas de dar lo mejor de mí, que siguen intac-tas, por encima de todas las injusticias recibidas, y el sentimiento de que no estaba sola.
Compañeras y compañeros, que se convirtieron en amigos, de los que nada ni nadie conseguirá nunca aislarme. Esté donde esté.

Por todo ello, y porque «es de bien nacidos lo de ser agradecidos», quiero dedicarles estas palabras a quienes estuvieron ahí, apoyándome en los tiempos más difíciles, asesorándome y acompañándome como se hace entre seres humanos.

Gracias a Ángeles sobre todo a ella, por seguir en el frente, para que muchos compañeros y compañeras puedan permanecer en sus trincheras, años después.

Gracias a Kilian, porque aún recuerdo su cara de asombro, despidiéndome por las escaleras. Y su empatía.

Gracias a mi paisano, Javier, por sobrevivir a todos los bichos, para seguir cubriendo todas las brechas.

Gracias a mi abogado, Santiago, por trabajar por lo que se cree, más allá de otro tipo de rentabilidades ficticias…
Gracias CGT, por seguir luchando por los derechos de  otros, incluso de los que deciden callarse y permanecer invisibles, quietos, desapercibidos, neutros… Caiga lo que caiga, mientras miran para otro lado, tratando de esquivar su destino final. O mientras se empujan los unos a los otros, solo para poder permanecer arriba.

Algunos, incluso, se permitieron opinar que no haber con- seguido detener mi despido fuera una muestra de «debilidad».
Yo nunca lo creí así. Cuando la rueda gira, y gira, unos pocos no podrán nunca detenerla. Es más, si gira, es porque siempre habrá alguien que la siga haciendo girar. Aunque, en el camino quede un reguero salpicado de cabezas… Por lo que sea.

En ocasiones, habrá que apearse en marcha para darse cuenta de que desde dentro de la esclavitud de esa rueda nunca se avanza. Parece que se avanza, pero solo se dan vueltas en círculo. Sin sentido.

¿Despido o liberación…? Desde fuera de la rueda, las cosas se ven de otra manera.

Gracias.

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